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En esta ocasión me gustaría escribir sobre otra emoción, que junto al miedo y al enfado, nos acompaña en muchas situaciones de nuestra vida: la tristeza.

La tristeza es la emoción resultante de la pérdida. No sólo de la pérdida física de algo (un trabajo, un objeto de gran valor sentimental…) o de alguien (un familiar, un amigo…), sino también de la pérdida simbólica (la autoestima, la fe, la confianza…).

Cuando perdemos algo (o tenemos la expectativa de perderlo) suceden básicamente dos reacciones clave en nuestra experiencia emocional: una baja o nula actividad conductual y una intensa actividad mental: Nuestros pensamientos no paran de girar en torno a la pérdida que hemos sufrido y a la vez activan recuerdos (pasado) de otras pérdidas o predicciones (futuro) de más pérdidas que pudiéramos llegar a tener, que unido a la falta de energía y de ganas, configuran un patrón de comportamiento que vivimos como una experiencia de malestar.

Para qué sirve la tristeza

La tristeza es una experiencia de dolor emocional de gran valor adaptativo porque nos permite pararnos a pensar (de ahí la disminución de la actividad conductual y la intensificación de la actividad mental). Pararnos a pensar en cómo vamos a organizar nuestra vida sin eso que ahora ya no tenemos. Por eso, aceptar la emoción y descubrir el motivo que nos lleva a ella, son los elementos clave para adaptarnos a esta nueva situación.

En nuestra vida sufrimos constantemente pérdidas, por suerte, no todas ellas de gran magnitud, pero antes o después tendremos que confrontar con situaciones de gran impacto emocional como son la pérdida de un trabajo, de una relación, de la salud o de una persona querida. Por eso, las otras “pequeñas” pérdidas siempre nos van a servir como entrenamiento para lo que ha de venir.

En esta situación de confinamiento en la que nos encontramos, son muchas las pérdidas que se están produciendo de manera simultánea en nuestras vidas: la pérdida de libertad en movimientos, el aislamiento social, la pérdida del empleo o de una fuente de ingresos sostenible, la expectativa de poder enfermar (perder la salud) o que otros puedan hacerlo o la cruda realidad del contagio o incluso la muerte de personas cercanas y queridas.

Ante este panorama, parece bastante razonable que nuestro nivel de energía, de ganas, de motivación esté por los suelos porque lo que nos pide el cuerpo es, precisamente, pararnos a pensar. Y por ello, también es bastante razonable, que nuestro ánimo esté bajo, que a veces tengamos ganas de llorar sin saber muy bien por qué  o incluso que esta emoción de tristeza se entremezcle de manera confusa y compleja con otras emociones como el enfado, el miedo o la ansiedad.

Por eso, y sin perder de vista que estar triste ante la pérdida es completamente normal, adaptativo y saludable, me gustaría proporcionar algunas estrategias para evitar instalarnos en la tristeza y convertir ésta en depresión, porque la depresión sí es una emoción desproporcionada, no orientada a objetivos y que acaba anulando a la persona inundándola en un pozo del que es muy difícil salir.

Recomendaciones para afrontar la tristeza

  • Tomarse tiempo para sentir. Muchas veces nos invade un sentimiento de tristeza sin saber por qué, otras veces el origen de la tristeza sí es fácilmente identificable porque la pérdida es obvia. Sea como fuere, debemos tomarnos tiempo para identificar el origen de nuestra emoción, qué nos dice acerca de la situación, cuál es la magnitud de la pérdida, de qué recursos disponemos para hacerle frente. Es importante saber porqué estamos cómo estamos y darnos permiso para sentir lo que sentimos.
  • Evitar el aislamiento social. Contar con nuestra red de apoyo social nos ayuda a no sentirnos solos, a contrastar nuestros pensamientos, a tener la oportunidad de encontrar respuestas. La conversación, el expresar verbalmente lo que sentimos y compartirlo con personas de confianza nos sirve para distanciarnos un poco del problema y ponerlo en perspectiva. La visión externa del problema, las opiniones o consejos que nos puedan dar, pueden servirnos para elaborar nuestra respuesta adaptativa a esta experiencia de pérdida.
  • Llorar: El llanto es una buena forma de desahogarse, a veces no lo podemos contener pero en otras ocasiones buscamos la manera de evitar que nuestras lágrimas salgan pensando que eso nos muestra débiles o vulnerables. Y ciertamente, somos vulnerables, por eso, acéptalo y permítete llorar.
  • Gestionar los pensamientos desagradables: La aceptación de la emoción y el dejarnos llevar por ella no significa que nos instalemos allí a esperar a que se pase la tempestad. Precisamente, la tristeza nos invita a pensar pero, no para regodearnos en la pena, sino para elaborar un plan de acción que nos ayude a afrontar la nueva realidad. Por eso, es clave gestionar nuestros pensamientos diferenciando aquellos que ahondan más en la tristeza de aquellos que están más orientados a la búsqueda de soluciones o al establecimiento de un plan de acción. Para los primeros (los que te llevan a alimentar el dolor) puede ayudarte, entre otras cosas, aprender a distanciarte de los pensamientos, verlos como hipótesis y no como realidades y a entender que tú no eres lo que piensas; para los segundos (los que te orientan a la acción), te recomiendo coger boli y papel y embarcarte en una plan de toma de decisiones.
  • Cuidarte física y psicológicamente: La falta de energía vinculada a la tristeza nos puede llevar a abandonarnos física y psicológicamente descuidando nuestros hábitos de descanso, de comida o de aseo; renunciando a nuestras aficiones, o aislándonos socialmente. Por eso, en este momento, es necesario activar nuestra vida física y psicológica reiniciando todas esas actividades progresivamente para evitar caer en el círculo vicioso de la depresión: la pérdida me lleva a la tristeza, la tristeza a la parálisis, la parálisis me proporciona más pérdida, y mayores pérdidas me conducen a alimentar aún más mi tristeza. En este punto, es recomendable incorporar hábitos de ejercicio físico, técnicas de relajación y actividades recompensantes y agradables (leer, escuchar música, ver películas o series, conversar, cocinar, etc.).

Qué deberíamos evitar hacer con alguien que se siente triste

Acompañar a alguien que está viviendo una emoción de tristeza no es fácil, y a veces, para intentar apoyarla cometemos algunos errores que sería interesante evitar:

  • La falsa empatía. Muchas veces, como una forma de proporcionar apoyo emocional a una persona que ha sufrido un pérdida solemos decirle “entiendo por lo que estás pasando” y en muchas de las ocasiones ese intento de “empatizar”, en lugar de servir de consuelo suele recibirse con una mirada de incredulidad acompañada de un “tú no tienes ni idea…”, y lo cierto es que en muchas ocasiones llevan razón; es difícil entender la emoción de alguien sobre todo cuando no hemos vivido una experiencia similar. Desconectar de nuestras experiencias para conectar con las experiencias de los demás no es tarea fácil, así que si, realmente no eres capaz de hacer ese ejercicio de empatía, mejor resérvate ese tipo de comentarios o afirmaciones.
  • El optimismo impertinente. Ciertamente la esperanza es uno de los grandes antídotos de la tristeza. Si la vida nos robó el presente, al menos que no nos robe el futuro. Pero fijar el horizonte de la persona que sufre en un futuro incierto, inespecífico, happy, es tan poco creíble que probablemente aumente los sentimientos de desesperanza provocando justamente el efecto contrario al que queremos conseguir.
  • El contagio emocional. Acompañar a alguien que sufre, sufriendo una pérdida que nosotros no hemos sufrido es una mala estrategia. Contagiarnos de la tristeza y sentir igual que el otro sólo nos va a llevar a reforzar su estado emocional, a inundarlo aún más con nuestras propias lágrimas e incluso a hacerlo sentir culpable por habernos contagiado con su emoción.
  • Animar al desanimado. Muchas veces, intentamos ayudar a la persona en un estado de tristeza intentando provocar una emoción contraria como puede ser la alegría a través del sentido del humor. Sin duda, el sentido del humor es una gran terapia y una buena solución pero sólo si es oportuno y pertinente. La negación del sentimiento, intentar hacer reír a quien está triste, puede convertirse en una mala estrategia que puede hacer que la persona no se sienta escuchada e intente evitarnos.

Cómo acompañar a quien se siente triste

Entonces, qué podemos hacer:

  • El poder del silencio. En la mayoría de las ocasiones en las que estamos junto a una persona que está viviendo una experiencia de pérdida, lo mejor que podemos hacer es callarnos. Este silencio no debe ser un silencio pasivo, sino un silencio apoyado por nuestro contacto físico, por nuestra mirada y por una orientación corporal de disponibilidad hacia quien sufre. Nuestro silencio debe invitar a la otra persona a sentir que no está sola, a que puede compartir con nosotros sus sentimientos y nos permite a nosotros escucharla activamente.
  • Cómo puedo ayudarte. Estar junto a una persona que ha sufrido una pérdida importante para ella (suspender un examen final, romper una relación, perder a alguien querido), suele ser una situación bastante incómoda que nos lleva a no saber muy bien qué hacer, por eso, lo más honesto es preguntar, preguntarle a la persona cómo podemos ayudarla.
  • Orientación a la acción. Sólo cuando la persona esté preparada, cuando se haya desahogado, cuando haya llorado y se haya sentido escuchada y acompañada, puede ser el momento de preguntarle qué tiene previsto hacer y, si lo creemos conveniente y oportuno, aconsejarla y apoyarla en su toma de decisiones. Es ahora cuando tenemos que fijar el horizonte de la esperanza, de la activación conductual y del sentido del humor (si es pertinente y oportuno).

 

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